Fallo (suspenso; en inglés son equivalentes) es una palabra desagradable, con connotaciones tristes. Pero es una palabra que se puede aplicar a cualquiera de nosotros en diferentes etapas de la vida. Nadie está exento. Nuestros ídolos, gurús, líderes religiosos, políticos, estrellas del rock y profesores fallan (suspenden). Es simplemente la realidad del ser humano. También es una etiqueta que luchamos desesperadamente por evitar. Y esta lucha por evitar el fallo es lo que nos lleva a nuestros logros vitales. Así que... ¿por qué no podemos aceptar la responsabilidad por nuestro propio fallo cuando ocurre?
Debemos aceptar la responsabilidad por una razón muy importante: la madurez. No podemos alcanzar un nivel pleno de madurez hasta que aceptemos la autoría de nuestros propios errores. Como educador, me enfrento a este problema a diario. Cuando un estudiante llega tarde a clase, es porque sus padres no le despertaron. Un examen suspendido pasa a ser responsabilidad del profesor, el sistema, la sociedad, el trabajo que se simultanea con el estudio, pero nunca es culpa de quien hizo el examen. Las prácticas sin terminar se deben inevitablemente a que hubo que ayudar a un amigo, o a un corte de electricidad. Me siento especialmente bendecido porque el tendido eléctrico que llega a mi casa funciona excepcionalmente bien, puesto que aún no he experimentado los montones de apagones que han sufrido mis estudiantes.
En cualquier caso, el aluvión diario de excusas me ha hecho cuestionarme el valor de nuestro sistema educativo. Después de todo, ¿qué sentido tiene la "enseñanza superior" si no conseguimos dominar la tarea básica de ser dueños de nuestros propios errores?
A medida que avanzamos por nuestro sistema educativo y por la vida, nuestras excusas por fallar se van haciendo más grandiosas y quizás más grotescas porque la cruda realidad es que no hemos conseguido madurar en ningún sentido significativo de la palabra. Desviar la responsabilidad constantemente de nosotros mismos es peor que ser un cobarde. Incluso un cobarde admitirá que su fallo es resultado de su propia falta de coraje.
Aceptar el fallo requiere fuerza de carácter, honestidad y humildad. Proporciona materia prima para futuros logros. Cuando negamos la culpabilidad, nos robamos a nosotros mismos la posibilidad de aprender de nuestros errores. Nos condenamos a un patrón perpetuo de evitación y engaño. Como el fantasma de Marley, arrastrando tras él sus cadenas de oportunidades humanitarias perdidas, avanzamos penosamente tirando de nuestras cadenas de excusas patéticas, sin alcanzar nunca nuestro verdadero potencial. Este equipaje viciado es mucho más erosivo para el carácter de lo que puede llegar a ser cualquiera de nuestros fallos individuales.
Una noticia aparecida en el Sunday Express, 1 de julio de 2001.
Pulse aquí para ver la noticia [118 KB] [en inglés]Communications of the ACM, Julio de 2001. Un profesor inicia un proceso de comparación de trabajos presentados por los alumnos... y se encuentra con montones de copias. 122 alumnos podrían ser expulsados.
Pulse aquí para ver la noticia [75KB] [en inglés]La Nueva España, 7 de octubre de 2001. "Tú eres un zorro, un mierdecilla y un hijo de puta. Dentro no te voy a hacer nada, pero fuera ya te cogeré".
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